La virgen en el jardín by A. S. Byatt

La virgen en el jardín by A. S. Byatt

autor:A. S. Byatt [Byatt, A. S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T00:00:00+00:00


24. Malcolm Haydock

Daniel se dejó caer por la casa de los Haydock en el «día» de Stephanie. En cierto modo se había vuelto imposible verla en el barrio de los maestros o en la casa parroquial. Cuando avanzaba por el camino de asfalto oyó un estruendo apagado.

Ella salió a abrirle, con el cabello revuelto y la mirada extraviada.

—De prisa, cierra la puerta.

—¿Qué está haciendo Malcolm? —dijo Daniel, dejando a un lado el discurso que había preparado sobre su futuro inmediato—. Pareces deprimida y extenuada.

—Estoy deprimida y extenuada. Está lavando. Ha puesto todo en la bañera, y por el grifo sale agua hirviendo a chorros. No puedo con él. Ninguno de los dos se queda ya en calma como antes.

—Espera aquí.

Daniel subió la escalera de dos en dos. Se detuvo en la puerta del cuarto de baño, cara a cara con Malcolm Haydock, si puede decirse así cuando una de las partes no muestra signo alguno de ser consciente de la otra presencia.

En la bañera, empapados y humeantes, estaban: el edredón de flores de la señora Haydock, un enredado lío de ropa interior, rosa y negra, un octópodo de portaligas y tirantes, unos cuantos pares de calcetines, un mecano desperdigado, un ejército flotante de soldaditos grises de dos centímetros de alto, un frasco de brillantes sales de baño rosadas a punto de disolverse, y la aspiradora. Malcolm Haydock canturreaba sin cesar, como un organillo: «¿Cuánto tiempo estará el perrito en la ventana?».

Daniel sacó la aspiradora y la dejó, chorreando y humeante, en un rincón. Se dirigió a Malcolm con una grave cortesía.

—Esto podría hacerte daño. A ti o a cualquier otro, mucho daño, si se enchufa así mojado. Y sacaré el edredón también, chico. A las plumas no les hace bien el agua.

Tiró de él y, llevándolo en brazos, lo depositó en el lavabo, y acabó con todo el frente de la camisa y los pantalones empapados. Malcolm Haydock reculó arrastrando los pies y se sentó en el suelo, con la mejilla apoyada contra el pedestal del lavabo. Empezó a emitir un chillido agudo y terriblemente uniforme, de una sola nota. Los ojos le giraban en las órbitas.

—Voy a sacar las prendas de lana de tu madre. Porque encogen, ¿sabes? Y los zapatos, o se estropearán. Pero no veo por qué no ibas a seguir con las cosas de nailon, ahora que ya están mojadas, Malcolm. Podrías lavarlas como corresponde, me parece.

Le tendió un puñado de enaguas y portaligas chorreantes. Malcolm hizo girar la cabeza en círculos, como un trompo. Daniel colgó la ropa en el borde de la bañera y llamó a Stephanie.

—¿Hay algún lugar donde exprimir todo esto? Es un desastre. Los colores están destiñendo.

Se volvió hacia Malcolm.

—No estamos enfadados contigo. No hemos venido para impedir que hagas lo que quieras. No hay problema en que laves, si eso deseas hacer. Sólo depende de qué cosa laves.

Malcolm Haydock emitió, como una señal de radio, la información de que no estaba allí, de que allí no había nadie, nada. Stephanie



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